El origen de los Encuentros
Perdonadme que escriba estas líneas en primera persona, evocando recuerdos de un tiempo que vivimos como emocionante, pero sin poder imaginar la repercusión que íbamos a lograr.
Era otoño de 1982. El delegado del Arzobispo en la Junta de Semana Santa de Valladolid convocaba a un grupo de jóvenes cofrades, de distintas hermandades, en un proyecto tan ambicioso como poco definido: reflexionar sobre la renovación de las cofradías. Tuvimos muchas reuniones –la mayoría sin estar él presente-. Surgían ideas de todo tipo que, poco después, se reconducían cuando nos avisaron de que el Santo Padre acababa de publicar un nuevo Código de Derecho Canónico. La mayoría ni sabíamos qué cosa era realmente ese Derecho, pero enseguida compramos unos códigos recién traducidos (aún no había salido la edición oficial), nos empapábamos de los sagrados cánones con la energía del neoconverso, y volcábamos en papel propuestas geniales y bastante grandilocuentes.
Supongo que no éramos los únicos. De hecho, no lo éramos, y la recepción del Nuevo Código pocos años después de volcaría en cartas pastorales, directorios y estatutos marco. Pero no lo sabíamos. La reflexión sobre la renovación cofrade, a la luz del nuevo derecho, y a partir de sus raíces más genuinas, nos pareció al mismo tiempo genial y obvia. Era como el “Eureka” gritado por quien acaba de descubrir algo increíble, y al mismo tiempo comprueba que siempre ha estado allí, ante sus ojos.
Y así seguimos, hasta que el buen cura nos detuvo, o lo intentó. Seguramente habíamos ido más lejos de lo que él pretendía. Pero ya éramos imparables. Continuamos reuniéndonos y se nos ocurrió la genialidad de visitar “oficialmente” las Semanas Santas de la proximidad: Tordesillas, Medina del Campo, Alaejos, Zamora, Salamanca… Un mundo de descubrimientos: por un lado comprobar las diferencias entre las tradiciones locales, y su riqueza incluso en pueblos poco importantes; por otro lado, constatar que los problemas “de fondo” de las hermandades eran en todas partes los mismos.
Precisamente por eso, en 1984, constituíamos la Sociedad de Amigos de la Semana Santa de Castilla y León. Y, tras diferentes experimentos y tropiezos, organizábamos el primer Encuentro Regional de Semana Santa, en Villagarcía de Campos, en septiembre del 1985. Pero eso fue posible porque apareció alguien esencial: José Luis Carreño (q.e.p.d), cofrade veterano y animoso, siempre con ganas de hacer algo por las hermandades, que se encargó de la secretaría y de la puesta en marcha del encuentro.
Es en Villagarcía, en los recios muros de su Colegiata (luego residencia y casa de ejercicios de la Compañía de Jesús), donde entre los días 27 al 29 de septiembre surge todo. O, por lo menos, la antesala de todo. Carreño recodaba, en unos apuntes sobre los encuentros, las dificultades para obtener las direcciones de cofradías de la región (aunque llevábamos meses recopilándolas) y las dificultades opuestas desde la Junta de Semana Santa de Valladolid, que debía considerarnos unos elementos revolucionarios. Yo recuerdo más aquellas noches de charla cofrade, las películas y los incipientes videos (caseros), las comidas, los debates… y especialmente la alegría, la gran alegría de reunirnos y poder hablar “de lo nuestro” cofrades de diferentes ciudades de la región, y aún de fuera (Santander, Cuenca…)
Me vienen a la mente muchos detalles que añadir a sus palabras, pero él explica lo esencial: en 1988, pasado el Congreso de Zamora, retomamos la idea de los encuentros regionales. Él como secretario y yo como director, de nuevo juntos, aunque ahora con el apoyo de nuestras respectivas hermandades. Y esos encuentros, “retomados” en el 88, son los que ahora continúan: II. III. IV. V… Así… hasta que Dios quiera.
Pero no podríamos acabar esta breve reseña sin destacar el papel jugado por los hermanos de Salamanca, en especial Julián Alcántara. Aceptaron convocar el II Encuentro dando así continuidad al proyecto, lo impulsaron al convocarlo ya como Encuentro Nacional, y lograron subir la asistencia a más de 120 cofrades. Allí conectasteis muchos de los ahora veteranos. Entendisteis que aquello que habían convocado unos “chiflados” de Valladolid podía tener interés y utilidad. Y respondisteis. Seguís respondiendo.
Los verdaderos protagonistas de esta historia sois vosotros: los asistentes, los que hacéis que cada encuentro sea posible y esté lleno de ilusión y de vida.
Javier Fresno